Entrevista al P. Santiago Martín, en donde afirma que ninguna pandemia produce entre 50 y 60 millones de muertes de inocentes, al año, en el mundo como produce el aborto.

Mucho se ha valorado la pandemia desde el punto de vista médico, económico, psicológico…¿cree que ha faltado verlo desde el punto de vista sobrenatural?

No me parece justo hacer un juicio general sobre cómo se ha afrontado la epidemia y sus consecuencias desde la Iglesia. Ha habido de todo. Cada uno lo ha hecho siguiendo las pautas de su comportamiento anterior; el que está volcado en los aspectos sociales, sólo se ha fijado en eso; el que mira también los aspectos sobrenaturales de la vida, ha recordado a sus feligreses que hay vida eterna y que ese es el destino de todos, al margen de si la epidemia acelera esa hora.

No es casualidad que esta especie de plaga mundial coincida en un momento cuando además del aborto, legal en casi todos los países, se van aprobando leyes de eutanasia, LGTB etc….

Es posible que en algunos casos se haya querido aprovechar la confusión creada por la pandemia para introducir leyes abortistas. Hay países donde ha sucedido y eso es muy grave. Al margen de eso, hay que recordar que el aborto produce entre cincuenta y sesenta millones de muertes de inocentes, al año, en el mundo. Ninguna epidemia provoca tanta mortandad. Sin embargo, la sociedad se ha acostumbrado a eso, hasta el punto de considerarlo ya un derecho. En cuanto a la eutanasia, la están aplicando ya legalmente en algunos países y en otros han aprovechado la epidemia para dejar morir a muchos ancianos, con la excusa de que no podían salvar a todos.

 

 

Ciertamente ha sido una gran purificación y un pequeño aviso para el hombre moderno, instalado en la sociedad del bienestar….

Lo ocurrido debería haber sido un aviso para la sociedad en general. Por desgracia, no creo que lo haya sido. Peor fueron las guerras mundiales y no se salió de ellas con un espíritu de conversión. El aviso debemos tenerlo en cuenta al menos nosotros, los católicos, llamados a ser la sal de la tierra y la luz del mundo.

Nunca habíamos conocido el confinamiento, esta privación de libertad se hace más llevadera si se tiene vida espiritual, libertad interior….

Para el que estaba con el Señor -y en algunos casos también para otros- el confinamiento ha sido una gran ocasión para unirse más a Dios. Me ha recordado la frase de Jesús: “Al que tiene se le dará”. La diferencia ha sido esencial. Con Dios, se ha mejorado y, sin Dios, se ha empeorado, porque no se ha encontrado sentido a lo sucedido.

Muchos fieles hubiesen deseado que no se hubiesen suprimido las Misas públicas como sucedía en época de pestes…

Hay que decir, ante todo, que las misas no se han suprimido. Muchos sacerdotes han seguido celebrándolas -por desgracia, no todos- y han redescubierto al hacerlo el valor de la Eucaristía como sacrificio incruento de Cristo. El sacrificio de la Misa vale tanto si hay pueblo como si no lo hay. Ha sido doloroso para los fieles no poder participar en ese sacrificio de forma presencial, pero, al menos en España, las iglesias han estado abiertas y las que han permanecido cerradas ha sido por culpa del sacerdote, ya que los obispos instaron a que estuvieran abiertas.

Muchos sacerdotes han estado siempre disponibles para la confesión y para la comunión. Cuando se dice que en las pestes del pasado no se impidieron las Misas, hay que advertir que nadie pidió que eso se hiciera, porque no se sabía el peligro de contagio que llevaba el estar unos con otros; pero también entonces los enfermos eran sometidos a cuarentena en sus casas y no se les permitía salir. Algunos sacerdotes -por ejemplo, San Luis Gonzaga- murieron cuidando a los apestados, pero la mayoría no se dedicó a esa heroica tarea; también ahora ha habido sacerdotes que han estado al lado de los enfermos -por ejemplo, los capellanes de hospitales- y han contraído ellos mismos la enfermedad e incluso han muerto. Debemos ser muy cuidadosos en las generalizaciones, porque se puede cometer una gran injusticia. Se está extendiendo la idea de que los sacerdotes han sido cobardes y los obispos cómplices con las autoridades civiles en la represión a la libertad religiosa.

Debemos preguntarnos a quién beneficia esa idea, a quién beneficia que los laicos no amen a sus sacerdotes. Una señora me escribía muy molesta criticando a los curas porque no desobedecían a los obispos y celebraban misa con el pueblo; cuando le contesté que había peligro de contagio, me dijo que le daba igual y que si tenían que morir todos pues que murieran; se ve que ella no tenía ningún hijo sacerdote y que, además, no pensaba en que si morían los sacerdotes no habría nadie para celebrar la Misa cuando acabara la epidemia.

¿Cree que los fieles volverán ahora con más fe valorando los sacramentos o tal vez pueda haber gente decepcionada con la actitud de la Iglesia?

Muchos han vuelto ya a ir a Misa como el que acaba de atravesar un desierto y vuelve a encontrar la fuente de agua fresca. Pero hay que reconocer que va menos gente a Misa ahora que antes y que ni siquiera se llenan los templos en el tercio o en la mitad que tienen permitido. Hay mucho miedo. Se ha instalado en el subconsciente la idea de que ir a Misa es peligroso y, por desgracia, muchos prefieren la seguridad antes que estar con el Señor, y eso que no hay más peligro en ir a Misa que en ir al supermercado o incluso pasear por los parques abarrotados de gente.

Javier Navascués