No me gustan los números

FUENTE : RELIGION EN LIBERTAD - BLOG CUESTION DE VIDA - MARIA JOSE MANSILLA

Bueno, en realidad sí me gustan y además tengo una capacidad innata para ellos y he sido profesora de matemáticas, de estadística y de gestión financiera… Me gustan porque los números son exactos, pero sobre todo porque te dan sensación de control, las magnitudes medibles te hacen pisar sobre seguro y a todos nos gusta la sensación de control, de dominar la situación porque si algo que nos hace sufrir es la incertidumbre, la pérdida de control.

El problema es que las cosas de Dios funcionan de otra manera. Usamos los números en la Iglesia de dos maneras (digo los números de personas porque los números de los dineros son otra cuestión que también daría para mucho que hablar)

  • Para saber si algo ha salido bien o mal. ¿Muchos? Bien, ¿Pocos? Mal
  • Porque es signo de nuestro mérito y de nuestro éxito: ¡hemos hecho una vigilia y han venido 100 jóvenes! ¡hemos salvado 100 bebés!, ¡hemos organizado un retiro y se han llenado las plazas!.

Por supuesto que todas estas cosas están bien, muy bien, y que es estupendo que así sea, pero… ¿no habrá un poco de vanidad y criterios humanos en tales titulares? Claro que nos gusta a todos que nuestro apostolado sea un éxito y venga mucha gente y claro que nos desilusiona organizar algo y que vengan tres gatos. Y digo gatos porque detesto la frase de “tres viejas” porque esas tres viejas son las que mantienen el rosario, las que llevan el ropero de Cáritas, las que van a misa a diario, y me disgusta mucho que se las menosprecie, a lo mejor también porque dentro de quizá no tanto yo también voy a ser una de esas tres viejas a las que nadie importa si van o no a un acto.

El problema es que todo lo valoramos por los números y por los frutos aparentes. El otro día leí al P. Pablo Pich en Twitter que decía “tenemos que hacer las cosas por la Gloria de Dios y no para que venga mucha gente” Y creo que el criterio debe de ser ese.

Por otra parte, las cosas de Dios nunca suelen ser ruidosas ni multitudinarias, aunque a veces sí, y bendito sea Dios, pero es más bien la excepción que la regla.

El Señor nos habla de la levadura en la masa, la levadura siempre es muy pequeña con relación a la masa. Nos dice San Juan Crisóstomo: “Es Cristo quien da fuerza a la levadura. No le reprochéis pues, el número reducido de sus discípulos, es la fuerza del mensaje la que es grande”

Aquí hay otro mensaje de gran importancia: la fuerza del mensaje. En ocasiones, buscamos satisfacer a la audiencia, para que estén contentos y sigan viniendo o para que vengan más y procuramos halagar los oídos de la audiencia, diciendo lo políticamente correcto no para ofender a nadie y apuntarnos a mil y una causas “solidarias” super de moda. Pero en realidad es que desconfiamos del Evangelio, pensamos que es demasiado duro y que hay que dulcificarlo, o que está desactualizado, o que es aburrido y hay que entretener al personal con otra cosa.

No, no y no, es el Evangelio el que atrae, es la fuerza del mensaje, es la fuerza de Cristo, haya donde se predica el Evangelio hay conversiones y eso es lo importante, todo lo demás es puro teatro.

Busquemos la fidelidad y no el éxito, busquemos a la persona concreta y no a las multitudes, y si vienen bienvenidos sean y pidamos al Señor que no nos atribuyamos ese éxito y esas multitudes.