La vida va avanzando en el desgranar de los días. La sucesión de los momentos se suceden en un ritmo tedioso y sin fin. En mi interior sombras de desesperanza que brotan de una vida rota que ha dejado heridas profundas. El futuro se presenta tenebroso y caótico. Camino sin rumbo. Cada paso que avanzo es un esfuerzo deshumanizado. El abismo se presenta ante mi como única salida. Con parsimonia, sin fuerzas avanzo. El tedio invade mi existencia.
Desciendo unas escaleras, una puerta entre abierta me llena de curiosidad. Me aproximo y entro en un pequeño oratorio, sin ventanas. Todo invita a realizar un camino interior. La oscuridad que alberga mi corazón comienza a atisbar algo nuevo. Una figura llena todo el espacio. Rompe mis esquemas y resquebraja mi soledad, mi tedio, mi asfixia. Mis sentidos quedan polarizados ante ella. No es algo al uso, una imagen a la cual estamos acostumbrados. Rompe toda norma y todo juicio previo. Su singularidad me atrapa. Su visión me paraliza, me atrae. Mis ojos se llenan de asombro y mi muro interior se agrieta. Me identifico con ella, no soy capaz de expresar lo que sucede. El silencio me envuelve y se hace sonoro. Su presencia me envuelve y manifiesta todo lo que sucede.
Es un Cristo crucificado lleno de misterio.
La mano izquierda, entre abierta, traspasada por un clavo se fija en la madera como cosida. Es una mano entregada al dolor y al sufrimiento. El brazo muy estirado, rígido, muerto, sin vida, haciendo se uno con el madero que parece apuntar al infinito como si fuera una saeta. El clavo parece la clavija de un instrumento de cuerda que se tensa para que salga definida la nota más hermosa que uno puede escuchar. El silencio se hace sonoro, cuanto más silencio resuena su música divina. Saeta que traspasa mi corazón.
Su rostro se inclina suavemente al lado derecho. La cabeza coronada de espinas se vence hacia ese lado pero oculta en cierta manera el rostro. Se vislumbra un gesto extraño… El cuerpo arqueado está como saliendo de la cruz. Su pecho se hincha como si fuera a pronunciar una palabra. Parece que todo en él recobra vida pero su brazo izquierdo continua firme en el madero.
El brazo derecho desclavado lleno de vida. Sale del madero formando con el cuerpo una cavidad que atrae. Su mano abierta forma un arco que busca descansar apoyada en un hombro amigo. Mano que está traspasada en la cual se puede meter un dedo. Se ha creado una cavidad peculiar que invita a acercarse. Es curioso, me recuerda al seno materno, es como si quisiera darme una nueva vida. En la altura del pecho una llaga bien grande en la que se puede introducir la mano. Me invita a abrazarle, a ser uno con él para transmitirme todo lo que hay en su interior.
Las rodillas heridas, raspadas. Los pies sujetos firmemente con un sólo clavo como sino dejara a Cristo bajar de ese patíbulo de la cruz.
“Y cuando yo sea elevado sobre la tierra,
atraeré a todos hacia mí”
(Jn 12, 32)
"Verán al que ellos mismos traspasaron"
(Jn 19, 37; Zac 12, 10)
La sola figura impacta. Jamás vi sufrimiento mayor que este. Este es el varón de dolores que perdió su figura humana (cuarto cántico del Siervo Is 52, 13-53,12). Es aquel abandonado de Dios y los hombres (“Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?” Mt 27, 46) Encarna todo el sufrimiento que a lo largo de los tiempos el hombre ha sufrido y sufrirá. Más aún, todo mi sufrimiento, mis sombras, mis oscuridades, mis desalientos, mis dolores,… en una palabra todo mi dolor y sufrir se encuentran en esta figura. Este Cristo abandonado y despreciado se identifica conmigo y yo me identifico con él. Me conmueve y me llena de compasión. Su rostro oculto me parece enigmático, como si algo estuviera sucediendo que mis sentidos no llegan a alcanzar. Brota en mi el deseo de sujetar este Cristo que cae de la cruz. Me atrae de tal manera que no puedo resistir. Brotan unas ganas irrefrenables de abrazarlo, de sujetarlo, de entrar en la cavidad junto a su corazón.
Impulsado por el magnetismo de la imagen avanzo despacio y con reverencia hacia ella. Recuerdo a Moisés acercándose a la zarza ardiente (Ex 3, 2-5). Me descalzo (Dijo Dios: “No te acerques, quítate las sandalias de tus pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado”. Ex 3,5) de mis ideas, prejuicios, vergüenza y me acerco a contemplar el misterio. Con suave movimiento me aproximo a su costado y como si algo empujase introduzco mis dedos en su mano llagada. Después acerco mi mano a su costado (Cf. Jn 20, 24 -31). ¡Sorpresa! Mi mano no puede introducirse. Su llaga parece cerrada. Estoy perplejo. Todas las imágenes muestran una llaga bien abierta. Esta está pintada. Es una llaga glorificada. Es como si fuera la medalla al merito del amor (Cf. Jn 15, 13; 1 Jn 4,10; Gal 4,4). Y comprendo que su herida soy yo y él sana mis heridas. El sufre en mi y por mi. Su corazón mana sangre y agua redentora en mi. Me siento como la cierva que busca manantiales de agua viva (Cf. Sal 41). Él es el único que sacia la sed de mi persona.
Sin poder reprimirme lo abrazo y me fundo en amor eterno con él, siendo distintos somos uno. Levanto la mirada y fijo mis ojos en sus grandes ojos llenos de misericordia.Su mirar me atraviesa hasta lo profundo del ser. Una mirada de compasión, serena, firme, fuerte, tierna… me envuelve. Su mirar traspasa lo profundo de mi ser, encuentro el perdón que transforma y cambia mi vida (“La misericordia es esta acción concreta del amor que, perdonando, transforma y cambia la vida”. Francisco, Misericordia et misera 2).
Siento a mi alrededor ese brazo vivo que me introduce en su corazón. Me recuerda a la tienda del encuentro donde Yahvé estaba con su pueblo. En la tienda del encuentro Dios hablaba con Moisés cara a cara como a un amigo (Cf. Ex 33, 11). Su gesto en la boca no es de dolor, es de aquel que ha estado esperando mucho tiempo para darme su abrazo de amor. De entre sus labios me parece sentir su aliento creador.
También percibo como si una nueva vida comenzara en mi. Jesús dijo a Nicodemo que había que nacer de nuevo. El fariseo que se acerco escondiéndose en la oscuridad se cuestionaba como volver al seno materno. Jesús le muestra la manera: el agua y el espíritu (Cf. Jn 3, 1-7). Aquí, abrazado a mi Cristo, descubro el sentido de sus palabras.
Junto a su cuerpo que es el templo (“Destruid este templo y en tres días lo resucitaré”. Hablaba de su cuerpo Cf. Jn 2, 19-21; Mt 27, 40). El templo es el lugar de la intimidad con Dios. Su corazón traspasado abierto me comunica su misericordia. De él brota sangre y agua. Aquí nace la Iglesia, los sacramentos que la realizan. Este es el seno de la Iglesia, su Cuerpo místico, que me purifica (Confesión), alimenta (Eucaristía) y se derrama el Espíritu Santo (Confirmación). Su mirada de misericordia y ternura me purifica, me envuelve en su Amor (Espíritu Santo). Siento en mi rostro ese último suspiro de Jesús al morir (Cf. Jn 19, 30). Él me entrega su Espíritu que renueva toda mi existencia.
Una nueva vida ha comenzado en mi. Me encontré con la misericordia y sus heridas me han curado. Todo se hace nuevo. Ya no soy yo quien vive en mí sino es Cristo quien vive en mi (Cf. Gál 2, 19-21). Yo soy de Cristo y Cristo en mi.
Con suavidad salgo de su intimidad. En la cruz falta un clavo. Miro a los pies del crucificado. Toco sus pies, los acaricio e intento aliviar su dolor sacando el clavo. Se mueve, se desliza hacia fuera y en esto cae una trampilla. El taco donde posan los pies de Jesús se abre. Estoy perplejo. No salgo de mi asombro y siento que alguien dentro de mí me empuja para depositar en su interior todo aquello que traía para ser lavado por su sangre. Ahí dejo mi vida, mis alegrías, mis sufrimientos, mis gozos y esperanzas, en una palabra toda mi persona y existencia para ser lavados por la sangre del Cordero (Cf. Ap 7,14).
Una gran interrogación sobrevuela mi mente. ¿No le crucificaron con tres clavos? ¿Dónde esta el clavo que falta a la mano derecha?.
Mis ojos decepcionados se desvían a un lateral. Hay una mesa con una copa y una bandeja. La copa rebosa de clavos es como si el que falta se hubiera multiplicado. Esos clavos que unen con firmeza y sencillez las cosas. Clavos que unieron el cuerpo de Cristo con el madero. Clavos que son como plumas que escriben en el lienzo sagrado de su cuerpo las palabra más hermosa que jamás la creación pudo escuchar:
MISERICORDIA
Cuanto tiempo
he deseado
estar contigo. (Cf. Lc 22, 15)
MISERICORDIA
Tu eres el regalo
que mi Padre
me dio.
Yo te cuide,
sin que lo supieras,
para devolverte al Padre. (Cf. Jn 17, 6)
MISERICORDIA
Yo amo al Padre en ti
y el Padre me ama en ti.
El Amor del Padre
y mi Amor están en ti.
MISERICORDIA
El Espíritu Santo
envuelve toda tu vida
y te transforma en el amor.
Tanto amor te tiene mi Padre
y yo te tengo que viene a ti.
No solo vine a ti
sino que voy a ti cada día
invitándote al Banquete del Reino
donde te doy mi Palabra,
mi Cuerpo y mi Vida (Eucaristía).
MISERICORDIA
En tus primeros pasos
en este mundo
te llene de mis dones
y te hice
hijo de mi Padre (Bautismo).
Te elegí y te ame (Confirmación).
MISERICORDIA
No me canso de escuchar tu dolor
y calmarlo (Unción),
no me canso de darte mi perdón (Confesión),
no me canso de cuidarte.
En tu día a día
estoy esperándote en el sagrario
y te di mi mayor tesoro:
mi Madre (Cf. Jn 19, 25 – 27).
MISERICORDIA
Eres precioso a mis ojos,
eres estimado
y yo te amo. (Is 43, 4)
MISERICORDIA
Te amo tanto que me despoje
de mi condición divina
y pase como hombre para amarte,
me humille a mi mismo
y fue obediente
hasta la muerte en cruz (Cf. Flp 2,6-11).
MISERICORDIA
Vine a ti
para que tuvieras vida
y vida en abundancia (Cf. Jn 10,10; 20, 30-31)
MISERICORDIA
No vine a condenarte
sino a salvarte. (Cf. Mt 1, 21; Jn 12, 47)
MISERICORDIA
Quiero que vivas
en mi Amor
pero…
no te abandono
a tu suerte.
MISERICORDIA
Todos mis dones y regalos,
todo mi cariño y mi amor
te lo entrego en mi Iglesia
que es mi cuerpo místico (Cf. Rom 12, 4 - 5).
MISERICORDIA
Es cierto que hay dolor y sufrimiento en ella
pero también en ella esta mi vida
y yo soy la vida (Cf. Jn 14, 16).
MISERICORDIA
A través del tiempo y el espacio
ella vive el mi misterio pascual
de muerte y resurrección.
Yo te consuelo en mi Iglesia
y me doy a ti en mi Iglesia.
MISERICORDIA
El clavo que falta a Jesús se identifica con mis sufrimientos. El cáliz donde él trasforma el vino en su sangre esta rebosante de ellos. Cristo me entrega su dolor para que el mío sea el suyo. Él está en mi y yo en Él. Percibo un susurro que sale de sus labios que me cuestiona: “¿Eres capaz de beber el cáliz que yo voy a beber?” (Cf. Mt 20, 22). Acepto su invitación de llevar a cumplimiento en mi sus padecimientos (Cf. Col 1,24). Tomo un clavo y lo aprieto contra mi pecho.
En una bandeja junto al cáliz hay un montón de tarjetas. También recojo una que tiene la Palabra de Vida. Una Palabra como si fuese a darme un nuevo nombre, una nueva misión. Palabra que sólo conocemos Jesús y yo (Cf. Ap 2,17). Palabra que regenera toda mi vida (Cf. 1 Pe 1, 23). Un versículo de la Biblia que me regala como alimento para la nueva vida que hoy comienza en mi (“No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” Mt 4,4 Cf. Dt 8,3). Por la cual ha sido creado el cielo y la tierra y ahora recreado en mí (Cf. Col 1, 13 – 20)
En un silencio atronador, como Moisés al salir de la tienda del encuentro, despacio, sosegado, transformado me separo poco a poco. Una distancia peculiar. Entre la imagen y yo hay un alejamiento exterior pero he sido transformado, mi corazón ha cambiado. Él está en mí y yo en Él. Siendo distintos soy uno en Él (Cf. Jn 10 ,30; 17, 11)
Miro una vez más hacia Cristo. Continúo impactado por la imagen. Tengo todavía ese nudo en el pecho, realmente tiene vida propia. Parece una resurrección. Sale de la muerte y el dolor para abrazarme y darme su vida. No se baja de la Cruz. Es como si continuará sujeto al dolor para llevarme a la gloria. Es como una bisagra que une el inerte muro con la puerta que se moviliza, muerte y vida. Dos contrarios unidos en la persona de Cristo como en la encarnación: naturaleza humana y naturaleza divina.
Vine sin esperanza y salí con nueva vida. Mis heridas han sido sanadas. Estaba sediento de amor y quede rebosante. Mi vida estaba sin sentido y ahora hay un camino a recorrer. Todos eran enemigos y ahora todos son mis hermanos (Cf. Jn 7, 37-39).
Abrazo la cruz de Cristo y encuentro la resurrección en Cristo. El misterio pascual se realizó en mí.
Es hora de seguir adelante. El me dice en el corazón : “Levántate, no temas” (Jn 17, 7). Pero me invita a velar y orar siempre (Cf. Mt 26, 46).
Epílogo
Quien se abraza a la cruz de Cristo
encuentra al Resucitado
y encuentra la vida eterna.
Tú cruz desnuda
te lleva
a la desesperanza y la muerte.
Tú cruz con y en Cristo
te lleva
a la esperanza y la vida.
Mis sufrimientos son sus sufrimientos,
su gloria es mi gloria.
Oraciones
Alma de Cristo
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.
No me mueve, mi Dios, para quererte
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Oración al Cristo del Calvario
En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
Amén,
Detalles
Cabeza |
Coronada de espinas e inclinada a lado izquierdo. El rostro no se ve directamente se vislumbra. |
La Sabiduría de Dios se abaja para amarme. Se vela el misterio de salvación. |
Boca |
Entre abierta pero no de un muerto sino de aquel que se alegra de encontrar la oveja perdida. |
Brota el aliento de Dios, Espíritu Santo |
Ojos |
Abiertos, grandes, mirada dulce, tierna, misericordiosa, da firmeza y seguridad. |
Mirada de Dios. Mirada que purifica y me hace ver quien soy yo. |
Cuerpo |
Salido de la cruz lo que le permiten los clavos de mano izquierda y pies. Inclinado hacia abajo. |
Misterio de la encarnación. Eucaristía. |
Brazo |
Desclavado en actitud de abrazar. Arqueado continuando la postura del cuerpo. Formando una cavidad. |
Acogida, comunión, unidad. |
Mano |
Traspasada, agujereada. Grandes de un trabajador. Abierta |
Derrama dones y misericordia. |
Costado Llaga |
Abierto de donde brota sangre y agua. No cerrado pero glorioso. Pintada. |
El amor de Dios abierto como fuente inagotable. Pero glorificada. |
Clavo |
Herrero. |
Sus sufrimientos son mis sufrimientos. Signo de dolor y apertura a la vida. |
Tarjeta |
Versículo de la Biblia. Pergamino. |
La Sagrada Escritura alimento para el camino |
Apoyo de los pies |
Estructura donde descansan los pies. Es como una caja. Esta manchada de sangre. |
Confianza y abandono en Dios. Mis secretos para Dios. Mi respuesta al Amor. |