HLI: Debemos estar en el mundo sin ser del mundo

 

Por el Padre Shenan J. Boquet – presidente de Vida Humana Internacional

“No debemos mirar más que de reojo todo lo que sucede en el mundo, sino que los ojos de nuestra alma deben estar fijos en lo que está delante, porque toda nuestra atención debe estar fijada en aquellas realidades que constituyen nuestro objetivo.”

-De una homilía sobre los Evangelios del Papa San Gregorio Magno, Nro. 36

Para algunos, estas palabras del Papa San Gregorio les parecerán poco sabias.

Este mundo es un gran campo de batalla entre el bien y el mal. Parecería que nuestro deber como cristianos que vivimos en el mundo es involucrarnos con los acontecimientos de este mundo con gran intensidad, llevando el mensaje del Evangelio a un mundo hambriento de verdad, bondad y belleza.

Sí, por supuesto, debemos centrar nuestra atención en Dios y en la otra vida. Sin embargo, dar simplemente una “mirada de reojo” a todo lo que sucede en el mundo es pedir demasiado. Esto es algo que tal vez los monjes que viven en clausuras pueden permitirse hacer. Pero para los que vivimos en el mundo, los riesgos de desvincularse de los acontecimientos actuales son demasiado altos.

Después de todo, si los cristianos de todo el mundo se apartaran de los acontecimientos mundiales y se centraran solo en las cosas eternas, ¿no serían desastrosas las consecuencias? ¿No aprovecharían nuestros enemigos la oportunidad para elegir políticos corruptos, aprobar leyes horribles, apoderarse de nuestras diversas instituciones y más? ¿No se vería perjudicada la causa pró-vida y los enemigos de la vida se deleitarían con nuestra debilidad?

El triunfo de la ansiedad

No deberíamos apresurarnos a descartar el consejo del santo Papa.

Bien entendidas, las palabras del Papa San Gregorio ofrecen un antídoto muy necesario contra algunas de las tendencias más profundamente desordenadas de nuestro tiempo. Lejos de conducirnos a la debilidad y la derrota, seguir su consejo tiene más probabilidades de darnos la fuerza que necesitamos para relacionarnos más eficazmente con el mundo.

Basta con detenerse y mirar a nuestro alrededor. En este momento, nos encontramos en vísperas de una polémica elección en Estados Unidos. El mundo entero está nervioso, preguntándose quién ocupará un cargo que ejerce una enorme influencia en todo el planeta.

Nuestros periódicos, televisores y canales de redes sociales están llenos de voces que nos instan a elegir bando. Los expertos políticos nos exhortan a reconocer que ésta es “la elección más importante en la historia de Estados Unidos”. La mayoría de estos expertos sugieren que, si “nuestro” candidato no gana, nuestras vidas se volverán intolerablemente peores, que podría significar el fin de nuestras libertades e incluso de la democracia misma.

Gran parte del contenido que consumimos está diseñado deliberadamente para provocar fuertes reacciones emocionales, especialmente sentimientos de ira, ansiedad y miedo, con el fin de captar nuestra atención e influir en nuestras opiniones. Dondequiera que miremos, reina la ansiedad. Pero ¿con qué fin?

Supongamos por un momento que todo lo que dicen los expertos políticos es cierto.

Supongamos que ésta es la elección más importante en la historia de Estados Unidos. Supongamos que el resultado de la elección marcará la diferencia entre un país libre y uno esclavizado, entre la Tercera Guerra Mundial y la paz, entre una nación que protege derechos fundamentales como el derecho a la vida y una que los pisotea.

Las dos preguntas que deberíamos hacernos son:

1) ¿hay algo que pueda hacer, aparte de votar, que cambie el resultado de las elecciones? y
2) ¿hay alguna manera en que permitir que el miedo y la ansiedad dominen mi vida realmente mejore las cosas?

Para la mayoría de las personas, la respuesta a la pregunta número uno es “no”. Pocos de nosotros ocupamos un puesto de poder o influencia significativos. Nuestro deber de votar es, por supuesto, crucial para afirmar nuestros principios y nuestros valores que promueven el bien común y protegen la vida y la dignidad humanas. Pero, aparte de votar, y tal vez ejercer una influencia menor sobre algunos de nuestros familiares, amigos y vecinos, nuestro impacto en el resultado de las elecciones es insignificante.

Este hecho por sí solo pone en tela de juicio la enorme cantidad de tiempo y energía mental y espiritual que muchos de nosotros gastamos preocupándonos por el resultado de las elecciones o manteniéndonos al tanto de cada acontecimiento.

Quizás aún más importante es que la respuesta a la pregunta número dos es, con toda seguridad, “no”. Aunque seamos una de las pocas personas que está en condiciones de influir en el resultado de las elecciones, la realidad es que dejarnos consumir por el miedo y la ansiedad no mejorará las cosas de ninguna manera. Inevitablemente, hará precisamente lo contrario.

La paradoja de la vida cristiana

Muchos de los dichos más memorables de Cristo adoptan la forma de una paradoja. Muchas de sus declaraciones parecen, a primera vista, contradictorias, pero esconden una verdad más profunda.

Tomemos, por ejemplo, “Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros” (Mateo 20:16), o “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 16:25).

En el centro de ambas paradojas está la idea de que, para ganar algo, primero debemos desprendernos de ello. Este es el mismo mensaje que se encuentra en la homilía del Papa San Gregorio, en la que el santo Papa reflexiona profundamente sobre la cuestión de cómo un cristiano en el mundo debe tratar las cosas de este mundo.

Su respuesta es que el cristiano puede poseer cosas, pero que debe hacerlo de tal manera que sea como si no las poseyera.

“Si no puedes renunciar a todo lo de este mundo”, dice a sus oyentes, “al menos conserva lo que pertenece al mundo de tal manera que tú mismo no seas prisionero del mundo. Todo lo que posees no debe poseerte a ti; todo lo que posees debe estar bajo el poder de tu alma”.

Más adelante, añade: “Un hombre puede usar el mundo como si no lo estuviera usando, si hace que todas las necesidades externas sirvan al sustento de su vida sin permitir que dominen su alma. Permanecen fuera de él y bajo su control, sirviéndole sin detener el impulso del alma hacia cosas más elevadas”.

Sólo desprendiéndose de las cosas de este mundo puede el cristiano utilizarlas bien.

El ejemplo de San Gregorio

Lo mismo es cierto no sólo en lo que respecta a las posesiones materiales, sino también en lo que respecta al mundo de la política y el activismo. Este es el mensaje constante de todos los grandes autores espirituales desde el Papa San Gregorio en adelante.

Recordemos que San Gregorio fue Papa en una época de inmensa agitación política, social y espiritual. Pero era un administrador famoso por su eficacia. Necesariamente dedicaba una gran cantidad de tiempo y energía a reunirse con embajadores, diplomáticos, asesores y peticionarios, y a mantenerse al día con los acontecimientos contemporáneos.

Y, sin embargo, alcanzó su “grandeza” no porque se dejará consumir por el mundo frenético en el que vivía, sino precisamente porque mantenía la vista puesta continuamente en lo que más importa.

Como Papa, San Gregorio era famoso por lamentar las muchas cargas de su cargo y por añorar abiertamente su vida anterior como monje retirado. Más que nada, lo que ansiaba era la oración.

En otras palabras, como Papa mantuvo sus prioridades en orden. Se ocupaba de las cosas de este mundo, pero lo hacía con un espíritu de profundo desapego. No cedía a la tentación de pensar que los acontecimientos frenéticos en los que estaba inmerso eran lo más importante. Incluso mientras estaba inmerso en ellos, sólo daba una “mirada de reojo” a las cosas de este mundo, manteniendo la mirada fija en la eternidad.

La paradoja de la vida cristiana es que es precisamente al tratar las cosas de este mundo como algo secundario que estamos capacitados para transformarlas tan eficazmente, como lo hizo el Papa San Gregorio. Al llevar el cielo en su corazón, estaba capacitado para traer un poco del reino de los cielos a la tierra.

El llamado a la serenidad

Hay una oración popular que dice así: “Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el coraje para cambiar las cosas que puedo y la sabiduría para reconocer la diferencia”.

El hecho de que esta oración aparezca a menudo en calcomanías para el parachoques o en imágenes cursis colgadas en los baños no cambia el hecho de que contiene mucha sabiduría.

Vivimos en una época sin precedentes en la que tenemos acceso en tiempo real a información sobre eventos que suceden en todo el mundo. En el caso de la mayoría de estos eventos, no solo carecemos incluso del conocimiento básico para tener una opinión informada sobre ellos, sino que también carecemos de la capacidad de cambiar los resultados de estos eventos.

Lamentablemente, esto no impide que muchos de nosotros devoremos información interminable sobre estos eventos y vivamos en un estado perpetuo de ansiedad, miedo y enojo como resultado.

Deberíamos detenernos a preguntarnos: ¿con qué fin? Incluso si ocurrieran los peores resultados que tememos, nuestro miedo no sólo no ayuda en nada, sino que además daña mucho las cosas, empezando por nuestras propias almas.

Como nos recuerdan continuamente los grandes autores espirituales, nuestro primer deber es con nuestra propia alma y salvación. Esto sólo se puede lograr viviendo en un estado de profunda concentración en lo más importante: nuestra relación con Dios y nuestro destino eterno.

La paradoja, una vez más, es ésta: sólo si nos centramos primero en nuestra propia alma y salvación estaremos también equipados para marcar una diferencia positiva en el mundo. Por otro lado, si primero dirigimos nuestra atención hacia el exterior y nos obsesionamos con los acontecimientos del mundo, perdemos nuestra paz. Al perder nuestra paz, perdemos nuestra capacidad de traer paz al mundo.

Como escribe Tomás de Kempis en La imitación de Cristo: “En primer lugar, sé pacífico tú mismo, y podrás traer paz a los demás”.

Más que nada, lo que el mundo necesita ahora es paz: la profunda paz de Cristo. Sin restarle importancia a muchos de los acontecimientos que suceden en el mundo, quisiera instarlos a que den un paso atrás y examinen su alma, preguntándose si las cosas de este mundo los están poseyendo a ustedes, en lugar de que ustedes las posean a ellas.

Hay muchas razones aparentemente buenas para estar llenos de ansiedad y miedo en este momento. Pero nuestra ansiedad y nuestro miedo no aportan nada bueno, ni a nuestras vidas ni al mundo. Pero si tenemos nuestra atención enfocada en las cosas eternas y solo damos una “mirada de reojo” a las cosas pasajeras de este mundo, estaremos mucho menos inclinados a temer y mucho más propensos a vivir en la esperanza y la alegría que el mundo necesita tan desesperadamente en este momento.

https://www.hli.org/2024/10/we-must-be-in-the-world-and-yet-not-of-it/