Padre Shenan J. Boquet
Presidente de Vida Humana Internacional.
Publicado originalmente en inglés el 20 de mayo del 2024 en: https://www.hli.org/2024/05/children-are-a-gift-and-sign-of-hope/
Vida Humana Internacional agradece a José A. Zunino la traducción de este artículo.
Hace unos días, el Wall Street Journal publicó un artículo de larga duración con el titular: “De repente no hay suficientes bebés. El mundo entero está alarmado”.
El artículo es sólo una prueba más del cambio masivo en el discurso público que he notado en varias columnas recientes, es decir, que después de décadas de alarmismo sobre la sobrepoblación, muchos expertos están repentinamente despertando a la realidad de que el problema demográfico más apremiante que enfrentará el mundo no es una falsa superpoblación, sino una tasa de natalidad catastróficamente baja. Este fue también el tema de un discurso ampliamente difundido por el Papa Francisco hace una semana y media. El Santo Padre se dirigió a la cuarta reunión de los miembros de la OEA sobre la natalidad.
La vida humana es un regalo, no un problema
En su discurso, el Papa Francisco lamentó la dramática caída de las tasas de natalidad en el mundo desarrollado e instó a sus oyentes a tomar medidas concretas para crear políticas y una cultura en la que la vida humana sea bienvenida y valorada. Abrió sus comentarios señalando que, en la historia reciente, muchos teóricos han argumentado que hay demasiados seres humanos y que la superpoblación causaría “desequilibrios económicos, falta de recursos y contaminación”.
El Santo Padre descartó estas teorías no sólo por considerarlas “anticuadas”, sino también por considerarlas fundamentalmente erróneas, particularmente en la forma en que tratan a los seres humanos como “problemas”. “La vida humana no es un problema, es un regalo”, afirmó enfáticamente. En última instancia, añadió, problemas como los desequilibrios económicos y la contaminación no son un problema de demasiada gente, sino más bien “las elecciones de quienes sólo piensan en sí mismos, el delirio de un materialismo desenfrenado, ciego y rampante, de un consumismo que, como un virus maligno, socava la existencia de las personas y de la sociedad desde la raíz”.
El error de la superpoblación
Aunque hubo un momento en el que muchos expertos habrían estado en rotundo desacuerdo con esta afirmación del Papa, la historia de los últimos dos siglos ha demostrado que tenía razón.
Uno de los alarmistas de la superpoblación más influyentes fue Thomas Malthus, un clérigo inglés. A finales del siglo XVIII, Malthus publicó Un ensayo sobre el principio de la población, en el que sostenía que mientras que la población tiende a aumentar exponencialmente, los recursos físicos aumentan aritméticamente. De ser cierto, esto hubiera llevado a una conclusión aterradora: es decir, el crecimiento demográfico superaría rápidamente la capacidad de una sociedad para sustentar a la población, lo que producirá hambrunas, enfermedades y caos social generalizados.
A pesar de que las nefastas predicciones de Malthus no se cumplieron durante el rápido aumento demográfico del siglo XIX, su argumento fue reencarnado por numerosos pensadores a lo largo de los siglos siguientes. La histeria por la sobrepoblación alcanzó su punto máximo a finales de los años 60, 70 y 80, tras la publicación de La bomba demográfica de Paul Ehrlich, que predijo una hambruna global masiva antes del año 2000.
Sin embargo, había un defecto evidente en el pensamiento de Malthus y Ehrlich. Se olvidaron de tomar en consideración el hecho de que los seres humanos son seres racionales capaces de idear nuevas soluciones a los problemas. A medida que la población se disparó a lo largo de los siglos XIX y XX, no sólo no se produjeron las catástrofes previstas, sino que ocurrió exactamente lo contrario de lo que se predijo. A finales del siglo XX se produjeron las mayores y más rápidas reducciones en las tasas de pobreza y hambruna que el mundo haya visto jamás.
Muchos economistas han argumentado que el aumento global de la población es una de las principales razones de los enormes avances realizados por la raza humana durante este tiempo. Resulta que los humanos no son simplemente consumidores. También son productores. Cada ser humano que se suma a la población global es una mente humana más, capaz de contribuir al bien de la sociedad a través del trabajo y la creatividad.
Gatos, perros y prioridades fuera de lugar
Como señaló acertadamente el Papa Francisco, en la medida en que ha habido casos de hambruna, pobreza abyecta y guerra, la causa no ha sido la superpoblación. Más bien, han sido consecuencia del mal moral o de la incompetencia. “El egoísmo nos hace sordos a la voz de Dios”, dijo el Papa Francisco a su audiencia, “que ama primero y enseña a amar, y a la voz de nuestros hermanos y hermanas que están a nuestro lado; anestesia el corazón, nos hace vivir a través de los objetos, sin entender ya por qué; nos induce a tener muchos bienes, sin saber ya hacer el bien”.
Como señaló el Santo Padre, incluso cuando le hemos dado la espalda al don de los niños, muchos matrimonios parecen no tener problemas en incorporar mascotas a sus vidas. “Las casas se llenan de objetos y se vacían de niños, convirtiéndose en lugares muy tristes”, afirmó. Mientras tanto, “no faltan perros y gatos, estos no faltan. Hay escasez de niños”. “El problema de nuestro mundo no son los niños que nacen: es el egoísmo, el consumismo y el individualismo, que hacen que la gente esté saciada, sola e infeliz”.
Al ilustrar las prioridades perversas de nuestra sociedad, el Santo Padre recordó que recientemente había mantenido una conversación con alguien que señaló que dos de las inversiones más rentables son las armas y los anticonceptivos. “Uno destruye la vida; el otro impide la vida”, anotó.
[Nota del Editor: Hay que tener en cuenta que algunos anticonceptivos a veces también actúan como abortivos y por lo tanto también destruyen la vida.]
Demografía y esperanza
El Santo Padre establece acertadamente una conexión entre la tasa de natalidad y el nivel de “esperanza” que tiene un pueblo. “Sin niños y jóvenes, un país pierde el deseo de futuro”, dijo a su audiencia, señalando la catastróficamente baja tasa de natalidad de Italia. “Desafortunadamente, si tomáramos estos datos como base, nos veríamos obligados a decir que Italia está perdiendo progresivamente la esperanza en el mañana, como el resto de Europa”.
Por otro lado, los países en desarrollo son objetivos de las agendas de control demográfico, que incluyen el fomento de los anticonceptivos y el aborto. Vida Humana Internacional lleva a cabo capacitación provida en estas naciones para contrarrestar la propaganda poblacional. Por ejemplo, en Kitwe, Sudáfrica, VHI lleva a cabo capacitación en métodos naturales de reconocimiento de la fertilidad. Vida Humana Internacional capacita en este aspecto a muchos matrimonios con motivos graves para espaciar los nacimientos de sus hijos.
Dirigiéndose a los jóvenes, los instó a evitar sentirse abrumados por la desesperanza en medio de cosas como “las guerras, las pandemias y el cambio climático”, que muchos jóvenes citan como razones para no tener hijos.
Hablando de Europa, lamentó que “el Viejo Continente se está convirtiendo cada vez más en el continente de los viejos, un continente cansado y resignado, tan atrapado en exorcizar la soledad y la angustia que ya no sabe saborear, en la civilización del dar a los demás, la verdadera belleza de la vida”.
Con estas palabras, el Papa Francisco resumió la realidad en muchas naciones desarrolladas, no sólo en Europa. Muchas naciones asiáticas con historias largas y venerables y ricas culturas han adoptado un nivel de falta de hijos que es tan extremo que representa una amenaza para su existencia continua.
De hecho, esas naciones sin hijos han perdido el sentido de la “verdadera belleza de la vida”. Sus escuelas están vacías. Sus ancianos se sienten solos. Sus economías están estancadas. Y a pesar de los esfuerzos de muchos gobiernos por aumentar las tasas de natalidad mediante incentivos fiscales y subvenciones, siguen “cansados y resignados” a su suerte.
Las políticas no son suficientes
El Papa sugirió varias formas prácticas de aumentar la tasa de natalidad. Esto incluye políticas que hagan más posible que los jóvenes alcancen sus sueños, garantizando que los matrimonios jóvenes no tengan que elegir entre el cuidado de los niños y el trabajo, o que puedan permitirse comprar una casa.
Sin embargo, hay una parte de los comentarios del Santo Padre que me gustaría ampliar. Tiene toda la razón en que los gobiernos deben comprometerse con políticas favorables a los niños. Tiene toda la razón al exhortar a los jóvenes a ser generosos y valientes, y a no permitir que sus miedos abrumen su voluntad de aceptar el riesgo vital de tener hijos.
Sin embargo, al final, mi temor es que tales planes y exhortaciones a la valentía no logren nada sin una profunda conversión del corazón.
El Santo Padre dejó entrever la importancia de esto en sus declaraciones. Señaló que el futuro no es algo que esté escrito en piedra, sino algo que se construye en comunidad con otros. Y sobre todo, con Cristo.
“Muy a menudo el Señor dice: ‘Pero yo os lo digo’”, dijo el Papa Francisco a su audiencia, “lo que cambia las cosas”. Este “pero”, continuó el Papa, “tiene el perfume de la salvación, que prepara algo ‘de la nada’, que prepara una ruptura”.
En otras palabras, cuando planificamos el futuro en cooperación con Dios, abrimos nuestros corazones para recibir y cooperar con las incursiones inesperadas de lo Divino. Como escribe Isaías: “’Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos’, declara el Señor. ‘Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos’” (Isaías 55,8-9).
Someternos al plan de Dios para nuestras vidas requiere abrir nuestro corazón para aceptar posibilidades que no podemos prever y que tal vez no comprendamos de inmediato. Sin embargo, a pesar de nuestro miedo natural ante lo desconocido, estamos fortalecidos para hacerlo por una fe profunda en la amorosa Providencia de Dios.
Aquellos que poseen una fe profunda saben que el amor de Dios por nosotros supera incluso el amor por nosotros mismos. Esta conciencia del amor permanente de Dios abre nuestros corazones para cooperar con la gracia de Dios. Esto, a su vez, nos otorga un nivel de confianza y valentía que es fundamentalmente sobrenatural.
Si bien no quisiera descartar la importancia de políticas sólidas a favor de la familia y de los niños, parece obvio que tales políticas harán poco para cambiar la situación en el invierno demográfico que enfrentamos. La razón es que hacen poco para ayudar a los jóvenes a superar la ansiedad, el miedo y el nihilismo generalizados que surgen de vivir en una sociedad que considera la vida humana como fundamentalmente absurda.
¡Estos jóvenes ateos tienen fundamentalmente necesidad del Evangelio, es decir, de la Buena Nueva! Necesitan saber que no son un accidente cósmico producido por procesos biológicos ciegos, sino que son amados por Dios desde toda la eternidad y están destinados a pasar la eternidad con Él. Lejos de ser absurdo, la vida es un regalo. Es una gran aventura.
Y, además, la mejor manera de vivir la vida no es encerrarse en uno mismo, sino compartir el don de la vida con los demás. Esto se hace a través del amor, que es fundamentalmente autodifusivo. Es decir, el amor mira inherentemente hacia afuera. No es algo que una persona pueda guardar dentro de sí misma. El amor exige extenderse hacia afuera.
A los hombres y mujeres casados, el amor los impulsa necesariamente a crear una vida nueva, para poder compartir su amor con los hijos, que son fruto de su amor. Sin embargo, la comprensión secular del amor romántico como algo introspectivo, cuyo objetivo principal es la búsqueda de la felicidad y la satisfacción, carece de esta perspectiva trascendente. Sólo a través de un despertar espiritual generalizado nuestros jóvenes encontrarán la perspectiva y el valor para comenzar a tener hijos a un ritmo que será suficiente para cambiar la dirección de nuestra sociedad.
Por lo tanto, si bien los gobiernos tienen un papel que desempeñar, la Iglesia tiene un papel aún mayor que desempeñar, al renovar su compromiso de difundir el Evangelio en todos los rincones del mundo.