Álex Rosal (Barcelona, 1965) ha llevado a cabo, desde hace más de treinta años, una larga cantidad de iniciativas, sobre todo periodísticas, y con una abierta motivación de defensa de valores tradicionales, clásicos, conservadores, cristianos o como se quieran denominar. Durante este periodo, ha editado –según asegura en las páginas finales de este libro– en torno a seiscientos libros de otros autores, tanto en Planeta como en sellos que él ha creado o impulsado, como LibrosLibres o Vozdepapel. Pero, hasta la fecha, ningún título propio. Este es su primer libro. Y, como traslúcido reflejo de su personalidad, es un libro redactado con sencillez y facilidad de lectura, con cercanía y sonrisa, con claridad –en Rosal no encontraremos ni ápice de esa oleada de relativismo y moral casuística que hoy parece anegarlo todo–, y con una amable actitud que –lo explica el propio Rosal– ha pulido o recuperado en los últimos tiempos, interviniendo menos en Twitter. Sabe que su presencia en Twitter –aséptica, puntual, descriptiva, con escasa participación– no le genera nuevos seguidores, sino que se los resta. Pero él prefiere ser quien es, y no comportarse como un hooligan. Eso que gana de verdad.
No se trata esto último de una anécdota. Es uno de los muchos casos prácticos, de las muchas concreciones del libro –un libro con epígrafes cortos, de una página o dos habitualmente, e incluso con recursos como algún código QR. Porque el libro evita ser teórico, evitar construir grandes sistemas ideales, sino que procura estar todo el rato en la tierra, en la arena, el barro, el polvo que pisamos. Y esa tierra se compone, hoy, de redes sociales, de medios de comunicación, de una sociedad y una cultura que, según Rosal, es una auténtica barbarie. Pero no una barbarie como a veces se imagina: hombres toscos destrozando todo a su paso. No, esta es una barbarie elaborada, con semblante y modos refinados, pero con los mismos objetivos: destruir la civilización heredada y mutarla por otra. Y este proceso no es, según sus palabras, otra cosa que una guerra. Sutil, pero guerra. Guerra cultural que hace décadas se libra –y que, en estos momentos, se está perdiendo–, pero guerra a fin de cuentas. «Y, como en cualquier guerra, se pretende aplastar al enemigo», dice el autor. Por eso advierte Rosal: la derrota va a implicar la pérdida de libertades, so capa de una serie de justificaciones, como la defensa del planeta o de la diversidad.
Álex Rosal no se anda con circunloquios, de modo que su descripción del mundo posterior a la guerra –en caso de que los «guardianes», es decir, quienes se oponen a los «bárbaros», no hagan nada– coincide con los objetivos de la Agenda 2030 y un conocido vídeo del Fondo Monetario Internacional: «No podrás educar a tus hijos como consideres … No podrás tener libertad de movimientos … No podrás tener propiedades … No podrás comer carne … La clase media se empobrecerá». Será un «mundo feliz» en el que la disidencia ante los «nuevos derechos» no se admitirá –¿quién se opone hoy a los llamados «derechos LGTB»?–, y en el que, como ya sucede, las herramientas digitales serán de enorme ayuda para saber qué hace, dónde, cuándo y cómo cada ciudadano. Coches con sistemas de monitoreo, además de las aplicaciones que ya tenemos instaladas en nuestros móviles. Un mundo de altos impuestos –como vemos, es lo que ya sucede, pero que irá a más–, de ideología de género y donde la familia y otras entidades tradicionales han sido sustituidas por el Estado y por la profusión de «colectivos» e «identidades». Un mundo de individuos, grandes empresas y gobiernos arbitrarios y cada vez más poderosos.
Aunque este pronóstico –en caso de que no se quiera acudir a esa guerra cultural– parece exagerado, los ejemplos que aporta Rosal a lo largo de estas páginas parecen dotarle de bastante credibilidad. No hace falta sentarse a esperar diez años, para contemplar lo que hoy ya sucede, por ejemplo, con las etiquetas «ambientales» de nuestros coches. Al mismo tiempo, Rosal arguye que es precisamente el miedo una de las herramientas de los bárbaros: si no cumplimos las órdenes de los bárbaros, el planeta morirá y los fascistas gobernarán la tierra. Nos suena este argumento. Y, además de esta herramienta del miedo y el catastrofismo, Rosal nos va desgranando cómo funciona otra media docena más, y nos ayuda a cambiar de perspectiva en temas en que casi nos han convencido los «bárbaros»: ¿de verdad existe un derecho a no sentirse ofendido?