Iglesia y pederastia (II)

Jaume Vives

En el artículo anterior hablábamos del torticero informe del Defensor del Pueblo en cuatro puntos:

  1.  El abultado equipo «independiente, abierto y plural»
  2.  Las absurdas conclusiones a las que llega
  3.  El poco interés real en poner el foco en el lugar debido (los abusos a menores)
  4.  El desinterés en buscar una solución (incidiendo en las causas)

Hoy, basándonos en el mamotreto de setecientas setenta y siete páginas del Defensor del Pueblo, y en un informe más breve pero más exhaustivo de la fundación ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo) vamos a desmenuzar y analizar algunos de los datos por si arrojan algo de luz a la cuestión:

  1. Es un problema eminentemente masculino (95,8%), las mujeres que abusan de menores son pura anécdota (4,2%). Es un problema que se da principalmente en el entorno familiar, siendo el padre el agresor en el 23,3% de los casos, y los sacerdotes en el 0,2%, por detrás de la madre (1,4%), los vecinos (1%) e incluso la abuela (0,3%).
  2. Las víctimas en su mayoría son mujeres (78,3%), representando los varones un 21,7% del total.
  3. Los abusos de tipo heterosexual representan un 79% siendo los de tipo homosexual un 21%.
  4. La mayoría de las víctimas (61,5%) no viven en un hogar familiar nuclear con padre y madre. En el caso de los menores de doce años, el abuso se da sobre todo en hogares monoparentales o de padres separados (70,9%).
  5. Lo llamativo del informe del Defensor del Pueblo es que, en la Iglesia, siendo parecidos los porcentajes según el sexo de los agresores con respecto a los que vemos en la sociedad (varones en su inmensa mayoría) no sucede así por lo que se refiere a las víctimas, que son también en su mayoría varones (y no mujeres como ocurre fuera de la Iglesia).
  6. De los cuatrocientos ochenta y siete casos recogidos por el informe, cuatrocientos diez (un 84,19%) los han perpetrado sacerdotes contra niños o adolescentes. Es decir, se rompe el patrón que vemos en la sociedad, ya que en la Iglesia los agresores comparten en su mayoría una tendencia homosexual.
  7. Los casos de abuso sexual han aumentado un 280,2% desde 2008 hasta 2018.
  8. Y los casos de agresión en grupo han pasado de un 2,1% en 2008 a un 10,5% en 2019.

Estos datos nos dan algunas pistas acerca de dónde hay que actuar para atajar el problema. Que, aunque en buena parte sea un misterio, hay unos flancos por donde se puede acometer.

En primer lugar, y puesto que el papel de las mujeres agresoras es anecdótico, conviene incidir en los niños. Podríamos pensar que todavía es pronto, que ya nos haremos cargo de ellos cuando sean un poco más mayores. Pero conviene saber que el 29,4% de los agresores son menores en el momento de cometer la agresión. Si bien es cierto que a medida que decrece la edad de la víctima, aumenta la edad del agresor (más adelante abordaremos esa cuestión que no es fruto de la casualidad). Y en las víctimas de trece a quince años los agresores menores de edad representan hasta un 38,9%.

Si la política afectivo-sexual con respecto a los menores es la de «¡Viva la masturbación!», «¡viva el porno con perspectiva de género!» y «¡vivan los vínculos… cuando se nos haya pasado el arroz!», entonces lo que estaremos creando serán unos zombis muertos por dentro aunque brillen por fuera, adictos a la pornografía (a contenidos más salvajes cada vez) y buscando en el sexo una felicidad que se va alejando cuanto más utilizan el órgano sexual.

Actualmente los menores empiezan a consumir pornografía a los ocho años. Eso provoca que a edades muy tempranas ya necesiten aumentar la dosis no sólo cuantitativamente, sino también cualitativamente. No es de extrañar que a esas edades todavía no tengan preferencia por víctimas de poca edad, pues actúan por mimesis y su enfermedad sexual no está tan avanzada y eso se nota en lo que ven, en lo que imitan y en los límites que necesitan transgredir.

Abandonemos a los niños al albur de las charlas del Ministerio, a los libros de educación sexual oficiales y a la basura que echan por la tele, y criaremos a una perfecta generación de violadores y abusadores incapaces de vivir una sana sexualidad que les permita establecer vínculos fuertes y formar una familia.

El reto comienza en casa, desde el mismo momento del parto y antes, y si no somos muy conscientes de ello abandonaremos a nuestros hijos a un mundo de tinieblas que irá ganando terreno en su corazón mientras mantienen la vista fija en una pantalla que les descubrirá un mundo de horror que se presentará con una promesa de placer. 

Servirán a un ídolo que, a diferencia de Dios, nunca tendrá suficiente, siempre querrá más, y sólo se saciará con la muerte del potencial agresor, que es su víctima.