Amparo Medina: «Cuando llevaba a las chicas a abortar destrozaba el cuerpo del Señor»

FUENTE: EL DEBATE
 
Amparo Medina militó en grupos de la izquierda radical, fue guerrillera, luchadora proaborto y exfuncionaria del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa). Tras varios acontecimientos decidió replantearse su vida. Actualmente, es una gran defensora de la vida y presidenta de la Red Provida de Ecuador.
–¿Cómo y por qué decidió dejar de lado las campañas a favor del aborto y luchar por la vida?
–Presencié un aborto en persona. Mi mejor amiga quedó embarazada de una relación adúltera fuera del matrimonio. Cuando lo supimos pensamos que si su marido se daba cuenta la iba a dejar y sus hijos se iban a enterar, y por eso le dije que lo mejor era abortar, ya que para nosotros el aborto era algo tan natural y normal que pensábamos que era la mejor solución para la mujer en general.
Para mí, en ese momento esta acción era un proceso de empoderamiento, de derechos. Nadie podía opinar al respecto. De hecho, cuando yo estaba en Naciones Unidas teníamos un proceso de formación de médicos y especialización en diferentes áreas, entre ellas la del aborto, para hacerlos lo más limpios posible.
Fuimos al médico y mi primer impacto fue verle la cara a ella. Tenía miedo, pero nosotros ateas, guerrilleras de izquierda, súper empoderadas, teníamos clarísimo lo que hacíamos. Al verla le dije: «Oye, tranquila, no pasa nada, este es el mejor médico que tenemos, lo hemos mandado especializar».
–Entonces, ¿cuál fue su primer impacto?
–El primer impacto fue cuando acompañé a mi amiga. Ahí mi primer aprendizaje con el aborto fue que ninguna mujer va con la mano en la cintura y la sonrisa en los labios a abortar. La segunda fue dentro del consultorio. Estaba en enfermería y le pusieron una inyección dura para paralizarle de la cintura para abajo.
En ese instante yo estaba parada en el pasillo, me cogió de la mano y me dijo «no me dejes sola, entra conmigo». Entramos, le pregunté si tenía miedo y me dijo que sí. Le dije que estuviese tranquila, que era el mejor médico y que iba a ser lo mejor que iba a hacer. Ese fue mi segundo aprendizaje.
Si hablas de derecho a decidir y ella te dice «no estoy segura», ¿dónde está el derecho a decidir? Gracias a esto he ido entendiendo que ninguna mujer necesita un aborto, lo que necesita es ayuda.
Y el tercer aprendizaje fue entrar. Mi primer impacto fue ver cómo prácticamente la descuartizaban en la silla obstétrica y ver todos los instrumentos –cucharetas de todos los tamaños–.

Me agacho, miro el tarro y me doy cuenta de que eran restos de bebés

Después de eso empecé a ver todo el proceso de cuchareta tras cuchareta y sangrado. Veía la sangre, veía lo que le hacían, me cuestionaba un montón lo que estaba pasando. En un momento determinado vi cómo empezaban a entrar otros instrumentos que nosotros mismos habíamos comprado.
En ese momento vi cómo le introdujeron la manguera y encendieron la aspiradora, 70 veces más fuerte que una aspiradora de una casa. Empezó a sonar un sonido muy fuerte y comenzó a absorber.
En el suelo había un frasco de cristal ancho, como una pecera con una solución salina. Ahí empezaron a caer los restos. De pronto me agaché, miré el tarro y me di cuenta de que eran restos de bebés. O sea, se veía un pie abierto y un brazo pequeñito.
–¿Qué pasó cuando terminó el doctor?
–Cuando terminó le dijo el doctor a mi amiga fríamente: «El proceso ha terminado». Cogió el frasco y empezó a revisar los pedazos. Ahora entiendo que fue para confirmar que no se quedaba nada dentro.
Ese momento se fue al baño y tiró al bebé. Al salir nos dijo que en 40 minutos iba a poder caminar. Tras esto le explicó que si manchaba más de una toalla sanitaria teníamos que llevarla de urgencias y decir «creo que está embarazada». Luego nos aclaró que a partir de ese momento no le conocíamos.
–En 2004 tuvo un encuentro con la Virgen, ¿qué le pasó? ¿Cómo lo vivió?
–En el 2004, mientras estábamos haciendo una defensa de tierras, me hirieron y perdí el conocimiento. En ese momento yo pregunté en voz alta por Dios, porque había una señora que rezaba a mi lado, que insistía rezando y para mí la fe, la oración, la religión, era lo peor que me podía pasar. Era realmente de ignorante, de gente que necesitaba creer.
Llegó un momento que le pedí a una compañera que me quitase a esa mujer de mi lado. De hecho, cuando hicimos una cadena la señora sacó una imagen de la Virgen, cogí la imagen, la rompí y empujé violentamente a la mujer cogiendo un trozo de tierra y mostrándosela para decirle que eso era lo único que teníamos.
Cuando perdí el conocimiento escuché una voz que cantaba a lo lejos y en el momento en que yo estaba despierta sentí un dolor terrorífico. Me dolía todo, desde el pelo, las uñas, todo. Pensé que me moría, pero de repente sentí una paz inexplicable, un alivio del dolor.
Cuando empecé a escuchar la voz comencé a caminar y a tener la sensación de ser una niña. Al mirar a lo lejos vi un arco y allí estaba una mujer que tenía como un velo blanco, de espaldas. Me fui acercando, se giró y tenía un traje azul turquesa como marino largo que le tapaba hasta casi los pies. Además, tenía una cara dulce, tierna, serena. Era una adolescente de 16, 17 años, con la misma sobriedad que firmeza y ternura. Es inexplicable. Es un rostro que te dice «aquí estoy», pero que a la vez te dice «te amo».
Entonces cuando la miré, ella me miró y me dijo «mi pequeña, yo te amo». En ese momento yo sabía que era la Virgen. Le pregunté por qué me dejó y me respondió: «Yo nunca te dejé, tú soltaste mi mano, pero yo caminé junto a ti todos los días de tu vida».

Detrás de cada niño había un padre, un abuelo, unos nietos que nunca van a nacer porque yo un día no los dejé nacer

El momento en que yo vi todo eso, me percaté de cuánto me ama la Virgen y cuán sucia estaba yo. Me sentía indigna y empecé a caer en un pozo y a la vez mirar todos mis pecados. En ese momento empecé a odiarme y a mirar todos mis pecados en el cuerpo del Señor, todos. Y yo lo flagelaba cuando insultaba a la Iglesia, cuando hablaba mal de los sacerdotes, cuando escupía el rostro del Señor. Cuando llevaba a las chicas a abortar, yo destrozaba el cuerpo del Señor, yo le flagelaba con odio, con violencia.
En ese momento salió un sonido de adentro de la tierra, me agaché a ver de dónde salía porque era como un gemido dolorosísimo y de repente vi a todos los niños que yo llevé abortados. Pero no sólo los miro a ellos, sino a todas las generaciones que yo no dejé nacer. Miro detrás de cada niño y como detrás de cada uno había un padre, un abuelo, unos nietos que nunca van a nacer porque yo un día no los dejé.
A partir de ese día primero me di cuenta del dolor que le causo al Señor con todos mis pecados, pero también me di cuenta de la misericordia tan grande que hay detrás de todos nosotros, que nos está cubriendo permanentemente.